Pista 3 – Paloma Escobar

Publicado el 4 de agosto de 2020

Todo comenzó a los diez años. En aquel entonces, tenía una competencia muy importante.  Desde los ocho que deseaba y soñaba con estar en esa competencia de natación, que era muy importante para mí, casi como un sueño. Se venía mi cumpleaños y al otro mes la competencia, así que planeaba dar lo mejor de mí en ambos eventos. 

Al pasar mi cumpleaños, seguí entrenando hasta que, poco a poco, comenzaron unos síntomas un poco extraños; mucha sed, cansancio, muchas ganas de orinar, fatiga, pérdida de peso inesperada, aumento del hambre, entre otras cosas que me apartaron de mi meta inicial, que era la competencia. La natación pasó a segundo plano en ese momento, porque entonces, comenzó lo que hasta el día de hoy nombro como una gran aventura.  Era el 25 de Agosto. 

Al principio no entendía porqué estaba ahí, todo se había detenido de golpe ¿Por qué esto me pasaba a mí? Estaba triste, pensativa, veía a los doctores como los típicos malos de las películas, para mí todo era confuso. 

Recuerdo que pasé tres días en lo que se conoce como UCI. Lo único que hacía era llorar, siempre me preguntaba a qué hora o día me iría a mi casa. A las únicas personas que podía ver era a mi mamá y abuela. En sus rostros yo podía ver su angustia, que me transmitían sin querer a mí.  Esto era totalmente nuevo en nuestras vidas. 

El primer doctor era alto, con barba, enojón, pero en ese momento sé que era porque yo todo lo veía malo. Luego de él llegó una doctora, la más simpática de la UCI. Ella era alta, delgada, tenía el pelo rubio y liso, era muy cariñosa y chistosa. En uno de esos días, ella me dio una noticia muy buena, ¡Por fín me iría de la UCI! La única condición es que tendría que estar más días hospitalizada, porque dijo que ella debía enseñarme lo más importante sobre la nueva enfermedad que había aparecido en el diagnóstico: Diabetes.  Recuerdo que apenas le puse atención a lo que me dijo, porque me quedé concentrada en la frase “Saldrás de la UCI”. Estaba tan feliz, que le dije “haré todo lo posible, solo quiero llegar a mi casa”. 

En ello, la doctora me dijo que podría volver a comer ya que mi glicemia estaba estable, pero entonces ocurrió otro problema. De pronto, me dicen que me tienen que trasladar a otro hospital ya que esté aún no tenían especialistas que vieran a diabéticos tipo 1, como lo era yo. Entonces, la doctora me dijo algo que jamás olvidaré “Conocerás a la mejor, ella te ayudará mucho, te educará, aprenderás mucho más sobre diabetes tipo 1, además que hay muy buenos especialistas en ese hospital”

Fue así como me trasladaron en ambulancia a otro hospital. Yo estaba muy feliz, con ansias de conocer a la enfermera que me ayudaría y enseñaría todo para poder llegar a casa y poder volver a entrenar, porque al parecer, la competencia se había alejado radicalmente de mí luego de que todo esto comenzara. 

Llegamos al hospital y entonces llegó a mi vida la “tía Alejandra”; la enfermera del hospital. Ella es de estatura mediana, delgada, con pelo ondulado, muy amorosa y ese día me recibió con una enorme sonrisa. 

Los primeros días me pregunté mucho otra vez,  ¿Por qué me pasa esto a mi? ¿Por qué justo antes de una competencia tan importante? Una enfermedad nueva, que  no sé cómo tratarla bien, menos haciendo ejercicio. En ese entonces, la tía Alejandra me dijo que tenía que aprender a inyectarme y además mi mamá también tenía que aprender.  Yo tenía toda la disposición a mejorar y aprender a inyectarme, así que lo hice, pero igual al principio tenía miedo y me decía “¿Qué pasa si lo hago mal? ¿Si rompo la aguja adentro de mi piel? ¡Lo arruinare!”. A pesar de ello, mi mamá siempre estuvo a mi disposición, así que ambas aprendimos muy rápido. 

En el hospital me enseñaron cosas básicas y fundamentales para mi día a día, como carbohidratos, cuánto tenía que esperar para comer, en qué lugares tengo que pincharme. Incluso me dijeron que tenía que ir por bastantes días al hospital para aprender más cosas. A la vez que aprendía cosas relacionadas con diabetes, mi mamá también trataba de distraerme de todo, veíamos mis películas favoritas, pintábamos, etc.  Lo que más me gustó de todo fue que mis compañeros de curso llevaron cartas de apoyo y cariño, lo que me subió el ánimo por completo. Todo me daba energías para poder aprender y querer salir adelante, así que el miedo lentamente fue bajando. Mi familia trataba de todo, cómo llamarme, mandarme cosas para que me sintiera mejor, entre otras muchas cosas. 

Los días pasaron y llegó el día del alta. Ese día mi mamá estaba de temprano despierta, la tía Alejandra también, incluso llegó más temprano, casi a las 7 am para contarme la gran noticia. Al fin me iba a casa de forma definitiva, solo teníamos que esperar a que el doctor firmara el alta y eso sería todo. 

Yo estaba feliz pero a la vez, un poco preocupada ¿Cómo iba a ser todo sin estar con doctores? Solo viéndolo mi mamá y yo. Traté de relajarme y cuando nos fuimos, al principio, tuve muy buenas glicemias. 

A pesar de estar de alta, sabía que al día siguiente tenía que ir donde la tía Alejandra para poder seguir aprendiendo sobre qué era la diabetes y cómo tener un muy buen autocontrol. Las semanas pasaron y aprendíamos cada vez más, ¡Ni siquiera para el colegio me concentraba tanto! Estaba feliz que todo me resultara bien, aunque a pesar de ello, me preocupaban las bajas que tenía.  

Mi doctora y la tía Alejandra me calmaron y comentaron que yo estaba en luna de miel, donde tenía que ocupar menos insulina de la necesaria; tenía muy buenas glicemias y estaba en lo objetivos, así que todo estaría bien.  

En aquel momento, como si lo hubiera olvidado, sentí las ansias de volver a nadar, de volver a sentirme libre, de tocar esa agua tibia, que te hace estar más feliz de lo normal, que me hace estar en un lugar único para mí. 

La tía Alejandra me dijo entonces que estaba totalmente preparada para volver con todo a entrenar y que si bien podía ir a la competencia debía tener cuidado con mis glucemias. 

Algo que siempre recuerdo, es lo que tengo que hacer para entrenar y que fue una enseñanza desde el primer día. La tía Alejandra me dijo que tenía que medirme antes, durante y después de hacer ejercicio, sobretodo si es de alta intensidad como lo es la natación, así que era mi momento de ponerlo en práctica. Me medí antes y estaba en el rango, recordando lo que me decía ella “Para hacer ejercicio tienes que estar en una glicemia de 120-180” Sin embargo, cuando iba a entrar, me medí y estaba con 113. Eso me puso nerviosa, mis pelos se paraban, pero lo único que quería era volver y con todo.

Al llegar al entrenamiento, mis amigos me recibieron súper bien, querían mucho que volviera así que eso me calmó un poco.  Verlos que estaban todos y que estarían entrenando junto a mi, me hizo sentir  bien. 

Al entrenar iba todo bien, creí que lo lograría. El agua se sentía tibia y cálida. Sin embargo, en mitad del entrenamiento siento que me empiezo a marear. Un cansancio me invadió y apenas podía avanzar. Incluso el agua cambió. No la sentía igual que siempre, sentía que estaba sin fuerzas para seguir.  Era como si el agua tuviera una temperatura muy alta, pensaba que me iba a quemar, así que me armé de fuerzas y salí, buscando a mi mamá. Allí, le dije que me midiera y ambas nos sorprendimos de lo que vimos: tenía 35. Nunca había tenido una glicemia tan baja. Por supuesto, no pude seguir entrenando, me sentía muy mal, era como si todo se me hubiera venido abajo, sentí que no iba a poder entrenar nunca más como antes, que nunca volvería con todo a las competencias y me sentía incluso más triste porque se venía una competencia muy importante para mí. Con cariño, mi mamá me dijo que mañana podíamos volver a intentarlo, pero yo no me sentía bien. 

Al día siguiente, antes de entrenar, fuimos al hospital a ver a la tía Alejandra. Ella nos explicó bien que podíamos hacer si eso pasaba de nuevo, pero que teníamos que estar tranquilas. Así que fuimos al entrenamiento y cuando llegamos, volvimos a medirme. Estaba en 89 aunque ahora yo sabía lo que debía hacer. Tomé una cajita leche, esperé 15 minutos y me volví a medir. Ahora estaba en 126, lo que me llenó de alegría. 

Completamente feliz, me volví a meter al agua, esta vez se sentía con una temperatura agradable y me entretuve ahí por harto rato, entrenando, para luego detenerme e ir a medirme: estaba con 120 ¡Me había mantenido! Ya más relajada, terminé de entrenar y me sentía muy contenta. ¡Todo había salido bien! Así que ¿qué podía salir mal antes de la competencia? 

Durante las últimas semanas antes de la competencia mis glicemias estaban súper bien. Seguí entrenando, poniendo en práctica los consejos de la tía Alejandra y  estaba feliz, contenta y nerviosa que el día de la competencia llegara por fin. 

Y cuando lo hizo, ¡No podía más de emoción! Ese día llegamos temprano al lugar, todo era muy concurrido, venían personas de muchos lugares, equipos destacados. Yo me sentía muy nerviosa, ansiosa, se me ponían los pelos de punta, quería solo sentir el agua y nadar ¡Todo lo que había soñado durante semanas por fín se haría realidad!

Con cada palabra que escuchaba del animador me sentía más ansiosa y querer hacer lo que más me gusta y apasiona, sin dejar que nada me limitara nunca más. Es por eso que me medí la glicemia. Todo estaba bien, estaba con 134, ¡Estaba lista para darlo todo!

Entonces, llegó en momento donde me llamaron, recuerdo escuchar mi nombre claramente desde los parlantes. 

“Paloma Escobar, pista 3”.

Y me lancé al agua. Recuerdo que estaba en una temperatura única. No pensé en nada más que no fuese la felicidad que me hacía sentir lo que estaba haciendo, así que nadé y nadé, hice mi mejor tiempo en los 100yd croll y pecho, logrando hacer mi sueño realidad. Cuando me detuve, todavía con el agua corriendo por mi cara, entendí que pude lograr lo que me propuse a pesar de todo lo que había pasado las últimas semanas. Me recordé a mí misma pensando que cuando todo esto comenzó, no paraba de pensar que nunca más podría volver a nadar teniendo diabetes tipo 1, que no volvería a hacer las cosas que siempre hacía. Pero ahí, con mi mejor tiempo hecho, entendí que realmente la diabetes no me quitó nada, al contrario,  me regaló cosas, aprendizajes y momentos que nunca olvidaré.

Nada es imposible, con esfuerzo y dedicación todo es posible, eso es todo lo que puedo decir respecto a lo que pasó en ese momento. La diabetes me ha regalado y me seguirá regalando momentos, aprendizajes únicos, porque esta historia no se quedó ahí, esta historia está recién comenzando.

Taller de escritura creativa FDJ 2020.

company logo
  • Sede Central : Lota 2344, Providencia, Chile. Teléfono: +56223673900 Correo electrónico: fdj@diabeteschile.cl
  • Sede Viña del Mar : Av. Valparaíso #507, oficina 208, Edificio Portal Alamos, Viña del Mar. Región de Valparaíso. Teléfono: +56223673964 Correo electrónico: fdjquintaregion@diabeteschile.cl