El Juego: Un Asunto Serio

Publicado el 7 de octubre de 2016

Una de las actividades centrales de los niños es el juego. Si bien en ellos es una conducta espontánea y que sucede en una multiplicidad de contextos, nosotros los adultos tendemos a verla como una conducta accesoria, recluida sólo a los momentos de ocio o en contraposición a los tiempos en que los niños debiesen realizar las tareas escolares. Si a esto agregamos todo lo que implica aprender a vivir con diabetes, probablemente los tiempos de juego tienden a ser cada vez más escasos.

¿Pero cuál es el valor del juego en los niños?

El juego durante la infancia, es una actividad impregnada de significado y tiene un valor intrínsicamente adaptativo. Según Lev Vigotsky, uno de los destacados teóricos ruso más influyentes en la psicología del desarrollo, señala que “el niño siempre juega, pero su juego siempre posee un gran sentido. Muchas veces corresponde exactamente a su edad y sus intereses”.

Es decir, a través del tipo de juego que realiza el niño se puede ir observando el grado de evolución y crecimiento en cuanto a las capacidades que se esperan normalmente según cada etapa y edad. Por ejemplo, en un niño pre-escolar es común ver un juego de tipo “simbólico”, donde un objeto puede representar otro, y esto en sí mismo manifiesta una adquisición de una capacidad o logro del desarrollo del pensamiento. Así, en esta edad los niños logran imaginarse que una simple escoba pueda transformarse en un caballo veloz, o nuestros sillones de la sala de estar puedan ser verdaderos castillos.

A su vez empiezan aparecer los juegos donde los niños se creen mamá y papá, doctores, profesores, maestros, entre otros. Al jugar los niños están practicando diferentes roles sociales que quizás practicarán en la vida adulta.

En la edad escolar, empiezan a predominar “los juegos de reglas”, como por ejemplo, los juegos de mesa, los deportes en grupo, o a “la escondida”, donde los niños podrían tener la oportunidad de competir sanamente, aprendiendo a “ganar y/o a perder”, promoviendo de esta manera un mayor grado de tolerancia a la frustración frente a las situaciones. Al respetar turnos y compartir con otros, pueden ir aprendiendo aspectos éticos de las relaciones interpersonales y como desenvolverse asertivamente en una situación social.

Esto esta íntimamente relacionado al valor adaptativo que tiene el juego en los seres humanos, que en palabras del neurólogo estadounidense, Daniel Siegel, “el juego moldea el cerebro y permite ir construyendo conexiones cerebrales que favorecen el pensamiento divergente y la búsqueda de soluciones alternativas frente a los problemas”. Cuando el niño juega se experimenta a sí mismo, como un creador de sus propias experiencias, como alguien que es capaz de inventar y ser un persona que puede influir en su alrededor.

Desde esta perspectiva, es necesario preguntarse ¿Qué significado tiene para mi el juego?, ¿Qué elementos interfieren en que yo permita a mi hijo jugar?. Muchas veces los juegos de los niños implican bastante movimiento u ejercicio; y esto para algunos padres con hijos con diabetes, comienza a ser un problema, puesto que por temor a que los niños tengan una hipoglicemia o simplemente que se encuentren sin una supervisión directa, restringen sus actividades y juegos más que ayudarlos a aprender a generar las condiciones necesarias para que puedan jugar sin la sensación de inseguridad.

Un conocimiento fundamental que los padres deben tener es que el juego es la forma natural de comunicación de los niños. En este sentido, los niños “juegan” a sus experiencias, expresan sus sentimientos y elaboran las situaciones conflictivas a través de su juego. Así como los adultos, utilizan el lenguaje verbal para manifestar sus preocupaciones, los niños “las juegan” y utilizan los juguetes como si fueran sus palabras.

Esta noción puede ser muy útil para los padres porque a través del juego pueden ir conociendo a su hijo, sus intereses, sus inquietudes y también cómo esta viviendo su diabetes. Los estudios muestran que el juego entre padres e hijos fortalecen los vínculos, convirtiéndolos en relaciones cercanas, confiables, nutritivas y contenedoras. Desde esta perspectiva es importante preguntarse, ¿Cuánto espacio se le da al juego en la vida familiar?, ¿Cuánto me dedico a jugar con ellos?

Este conocimiento puede ayudar mucho a los padres que  le están enseñando a sus hijos a tomarse la glicemia y a pincharse las dosis de insulina. Generalmente realizar estos actos producen mucha ansiedad y miedo en los niños. Como sabemos, un niño con diabetes tiene que aprender a convivir con las agujas de forma rutinaria sabiendo que, muy lejos de ser amenazantes, son unas aliadas de su salud. En este sentido es importante ir creando el “hábito del tratamiento”, es decir, intentando normalizar  esta situación como un acto cotidiano. Para lograrlo, es necesario que la situación se haga con constancia en una “atmósfera” de tranquilidad, paciencia y comprensión. Debemos estar conscientes de que los padres comunican y transmiten “todo” a sus hijos, es decir no sólo lo que se habla sino que también como uno se comporta y nuestra actitud corporal ante la situación.  Y “todo” es todo: lo que queremos comunicar “tranquilo, lo estás haciendo bien” y lo que no, por ejemplo, actitudes compasivas: “pobrecito; qué pena”; o actitudes nerviosas, resoplidos, o comentarios del tipo :“hija, ni que fuera tan difícil”.

En el caso de un niño que le tenga miedo a pincharse por sí mismo, el juego podría estar al servicio de este aprendizaje. Por ejemplo, un padre podría facilitarle a su hijo una aproximación sucesiva a esta experiencia y  así puede comenzar con  darle al niño un espacio para jugar a pinchar a un peluche y que en el juego pueda ir expresando el miedo o  la pena que le da y lo valiente que fue el “osito” en pincharse. O por ejemplo, inventar historias relatando que su muñeco favorito puede necesitar una inyección para tener fuerzas y luego de la inyección, el niño y el padre pueden tranquilizar al muñeco. Así mismo, ir buscando estrategias para “tranquilizar al muñeco”, evaluando y verbalizando las ventajas que tiene el hecho de inyectarse. Según Milicic, 2009 el jugar favorece la producción de endorfinas; lo que promueve la relajación, la reducción del sufrimiento, ya sea físico o psicológico.

Desde esta perspectiva es válido preguntarse, ¿Qué estrategias hemos utilizado como familia para enfrentar estos temas?, ¿Cómo he apoyado a mi hijo/a para superar estos miedos?, ¿Qué mensajes verbales y no verbales le ido transmitiendo a mi hijo/a?

Después de esta reflexión nos podemos dar cuenta que existen muchas y accesibles herramientas que pueden ayudarnos en nuestro rol de padres facilitadores en la vida y tratamiento de nuestros hijos con diabetes. Los invitamos a atreverse a jugar con sus hijos y a descubrir lo que pueden lograr.

Ximena Fantuzzi 
Departamento Psicología

 

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