Conocer las estrellas – Luthien Pimentel

Publicado el 4 de agosto de 2020

¡Hoy después de tanto tiempo, de tantas luchas, de tantos “no podrás lograrlo”, puedo decir que soy finalmente lo logré! ¡Finalmente soy astronauta! Pero, ¿cómo comenzó todo esto? ¿Quién soy yo en realidad? ¡Les contaré! 

Recuerdo exactamente el día en que me dijeron que quizás no podría lograr el sueño que había tenido toda mi vida: Llegar al espacio y conocer las estrellas. En aquel momento, aquellas palabras me las dijeron sólo porque yo tengo algo especial conmigo: Diabetes Tipo 1. A pesar de que para mí no es un impedimento para cumplir todo lo que me propongo,  parece que para algunas personas sí lo era. Sin embargo, ¿Cuando yo me había dado por vencida antes? ¡Nunca! Así que cerré los ojos y seguí en busca de mi sueño, ¿Fue difícil? Si, no voy a mentir, pero ahora que miro hacia atrás me siento orgullosa de mí porque no me di por vencida y seguí en busca de aquel sueño que me ha inspirado desde muy pequeña.

Recuerdo aquellos días de niña en los que mi más preciado pasatiempo era sentarme en el balcón solo para mirar esas estrellas, esas que con su hermoso brillo tanto me fascinan. ¿Qué otra cosa podía hacer además de estudiar esa materia que tanto me encanta? La astrofísica, soñando con que quizás algún día, quizás no tan lejano, todo mi esfuerzo valdría la pena y podría convertirme en aquella astronauta que siempre soñé con ser. Mis padres desde muy pequeña me incentivaron a cumplir todos mis sueños y que nada ni nadie podía decirme que no podría lograrlo, así que siempre tuve muy presente sus palabras. 

Durante el período de mi adolescencia nada había cambiado en mí aún, seguía ahí, sentada en el balcón con la vista puesta en el cielo, puesto que el sueño de ser astronauta y de poder ver todo eso que me encanta seguía intacto. Cada día me esforzaba más y más por ser la mejor en lo que me proponía, siempre pensando en que todo lo que hiciera me serviría para cumplir mis sueños. 

A lo largo de este tiempo aprendí muchas cosas que me ayudaron a ser la persona que soy ahora. La más importante de ellas fue que ninguna condición o enfermedad me haría bajar los brazos y dejar atrás todo aquello que había logrado hasta ahora. Eso se lo agradezco infinitamente a mis padres, ya que ellos siempre me enseñaron a no darme por vencida a pesar de cuán grande sea el obstáculo. 

Pero no todo fue lindo. Nunca olvidaré esa fecha, un 10 de septiembre, justo en el día del cumpleaños de mi padre y el mismo día en que supe que había logrado ingresar a la escuela de astronautas, me diagnosticaron DM1. Luego de tantos exámenes, de días y noches sintiéndome muy mal sin saber que sucedía, con dolores de estómago que en momentos no podía soportar, con hambre y sed incontrolable sin saber la causa, sin ganas de hacer nada y quedándome dormida sola, mi madre decidió llevarme al doctor a pesar de que mi padre y yo decíamos que era exagerada y que quizás solo era un resfrío que se pasaría en unos días. Ella decidió no hacernos caso y siguió su instinto de madre, ese que nunca falla, porque ella me conoce más que a nadie en el mundo y sabía en su interior que algo no andaba bien conmigo.  Ella sabía que no era normal que en menos de un mes bajara diez kilos de peso y que tomara tanta agua que terminaba provocando que fuese muchas veces al baño durante el día. Nada de eso podía  considerarse normal. 

Ese día mi madre y yo nos levantamos muy temprano, estábamos listas para ir a la consulta médica.  A decir verdad, tenía un poco de miedo, pero traté de no demostrarlo, porque si lo hacía asustaría más a mi madre. 

Al llegar a la clínica, recuerdo que esta era muy grande, tan grande como una ciudad o eso me parecía a mí. Quizás fue por eso que cuando comenzamos a buscar la consulta nos perdimos y tuvimos que preguntarle a un guardia para que nos guiara. Hasta ahí todo iba relativamente bien, todavía no sabíamos lo que pasaría así que nuestras vidas seguían el mismo curso de antes. 

Sin embargo, cuando por fin llegamos a la consulta del médico, mis nervios volvieron a florecer, porque tenía miedo de que los exámenes que me habían hecho estuviera mal y que eso me impediría lograr mis sueños (aunque más tarde me di cuenta que no sería así). Ahora veo con algo de nostalgia que aquel cambio en mi vida incluso me ayudaría a convertirme en una mujer mucho más fuerte. 

Luego de esperar unos largos minutos que para mí fueron una eternidad, mirando para todos lados esos carteles que explicaban los síntomas y tratamiento de algunas enfermedades. Recuerdo claramente uno de ellos que decía “si tienes sed, vas muchas veces al baño, comes mucho y bajas mucho y muy rápido de peso, entonces presentas síntomas de Diabetes Tipo 1 y debes recurrir inmediatamente a un médico” Mi recuerdo llega hasta ahí, ya que en ese punto sentía tanto miedo que todo lo demás parece haberse borrado de mi memoria. 

Cuando por fin me llamó la doctora, salió mi nombre en la pantalla y recuerdo que decía “Lucía Torres- Box 25” por lo que mi mamá y yo ingresé al box señalado, donde la doctora de ese entonces me saludó un tanto malhumorada, además de que su rostro demostraba claramente que estaba enojada Eso me asustó aún más si era posible. Recuerdo que ella me indicó sentarme en la camilla y a mi mamá que le entregara los exámenes para poder ella revisarlos mejor. 

Pasaron unos minutos de silencio puro mientras la doctora revisaba los exámenes y hacía muecas que me ponían más y más ansiosa, además de mover la cabeza de un lado a otro, demostrando que algo no andaba bien, pero ahí estaba mi madre que me decía con una sonrisa “tranquila mi niña que no pasará nada malo” Aquella frase me dio mucha serenidad y pareció calmar mis nervios en ese momento de angustia.

Un poco más tranquila, entonces la doctora nos mira y nos empieza a contar lo que vio en los exámenes, “tiene la glucosa y la hemoglobina glicosilada muy elevada, lo que significa que su hija Lucia tiene Diabetes Mellitus Tipo 1 y debe hospitalizarse lo antes posible para comenzar el tratamiento con insulinoterapia” me dijo, con una voz demasiado dura, que incluso me shockeó. 

A pesar de que tenía diecisiete años, seguía siendo una niña por lo que fue muy chocante que me dijeran que tenía una enfermedad de ese calibre y de esa manera. Y aunque más adelante aprendí que es una condición que cambiaría mi vida totalmente desde ese momento, lo peor fue saber que tendría que hospitalizarme. 

Mi mayor miedo acerca de lo que conlleva una hospitalización fue pensar que mi madre no podría quedarse conmigo en la habitación y que tendría que quedarme sola. Afortunadamente, eso no fue así, porque mi madre nunca se alejó de mi lado, incluso aunque todo ocurrió en el día del cumpleaños de mi papá. Decirle que me diagnosticaron con diabetes no era el mejor regalo que todas las hijas quieren darle a su padre, pero no quedaba otra opción. 

Después de haber llorado todo lo que tenía que llorar, llegó una enfermera que tenía un aspecto de ser muy joven. Ella me llevó a otro box para realizarme una “glicemia capilar”, que en ese momento no tenía ni idea de lo que esa frase podía significar. Solo sabía que todo lo que ocurriera de aquí en adelante era por mi bienestar y que con el pasar de los días aprendería a controlarme yo y así volvería a hacer todas las cosas que normalmente hacía, sólo que ahora con un poco más de preocupación en mi salud. 

Siempre recordaré cuando la enfermera que hasta ese momento era una total desconocida para mí me dice que ella era también DM1 y que desde ahora seríamos “glucolegas”. Esto me alegró mucho porque me di cuenta que no era la única y que a pesar de que tuviera una condición como ésta, eso no sería un impedimento para cumplir todo lo que me propusiera. 

Es allí cuando comienza mi nueva vida con esta nueva compañera de aventuras mi amiga la “diabetes”. Ya estando hospitalizada no todo fue tan malo, durante la tarde de ese día me llegó una de las mejores noticias que me podría haber llegado en ese momento, mi padre me comunica que justo cuando salimos con mi madre de la casa, que llegó el correo de aceptación a la escuela de astronautas. En ese momento ¡Casi exploto de felicidad! Todo el miedo, toda la ansiedad, todos los nervios que había sentido en un momento se transformó en una completa y plena felicidad, estaba muy orgullosa de mí misma, porque sentía que todo el esfuerzo valió totalmente la pena y que cada vez estaba más cerca de cumplir el mayor sueño que he tenido hasta el momento en mi vida. Y nada iba a impedir que lo lograra. 

Aquello me dio nuevas fuerzas, logrando que pensara que mi condición jamás sería un impedimento. A pesar de llevar tan solo dos días hospitalizada, para mi ya era normal contar carbohidratos, realizar la fórmula que me indicaría las unidades de insulina que debía inyectarme y por último colocarlas, cada vez que iba a comer y en la mañana cuando me levantaba. Lo que quizás no sabía es que para otras personas eso sí sería un impedimento y que tendría que enseñarles que no importa que tengas una condición para poder ser una gran profesional.

Luego de haber estado una semana hospitalizada, aprendiendo a cómo controlarme de mejor manera y de haber salido ya del colegio con buenas calificaciones a pesar de todo, me fui de vacaciones. Nos fuimos al sur de Chile junto a mis tíos, donde pude disfrutar la paz de la naturaleza. Los días pasaban y ¡Cada vez estaba más cerca de entrar a la escuela de astronautas!  Estaba muy emocionada y ansiosa por todo lo que se venía, sabía que tendría que esforzarme mucho para poder lograr lo que quería, pero al fin y al cabo todo valdría la pena.

Cuando llegó el cinco de marzo, supe que era el día de entrar a la escuela. Muchas aventuras me esperarían allí y lo supe cuando logré llegar al lugar, acompañada de mis padres, que me esperaron hasta que estuve lista. Mi sueño se estaba cumpliendo, así que me despedí de ellos y  entré. Ahí me di cuenta que todas aquellas expectativas que tenía con respecto a cómo sería la escuela fueron ciertas y mejores aún. El patio principal estaba rodeado de árboles frutales, además de que en cada pared había imágenes de astronautas destacados en la historia. Por supuesto, la que más se llevó mi atención fue la de Valentina Tereshkova, la primera mujer en salir al espacio y quien era mi ejemplo a seguir, ya que mi sueño era ser la primera mujer con una condición en viajar al espacio.  ¡Todo era igual o mejor a como lo había soñado! Pero ¿qué aventuras me esperarían ahora? ¿Mi vida en la escuela sería diferente o no? Bueno, esa es otra historia, una que estoy segura de que les llamará mucho la atención, porque comenzaré a contársela, en los capítulos siguientes. 

Fin.

Taller de escritura creativa FDJ 2020.

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